¿Quiénes descansan en el Monumento a la Revolución, atrayendo tanto a oponentes como a confederados?

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En el vibrante barrio de Tabacalera, a un paso del Centro Histórico de la Ciudad de México, se erige un monumento imponente que nació de una ambiciosa visión arquitectónica. El talentoso arquitecto francés Émile Bénard imaginó, en las extensas tierras que hoy conforman esta zona, un palacio legislativo monumental, destinado a ser uno de los más grandes y lujosos del mundo.

Porfirio Díaz soñaba con centralizar en un único y majestuoso edificio a las cámaras de diputados y senadores. Por esta razón, en 1897, se convocó a un concurso de diseño arquitectónico. Figuras de la talla de Adamo Boari, quien posteriormente iniciaría la construcción del icónico Palacio de Bellas Artes, participaron en este certamen. Sin embargo, fue Émile Bénard quien obtuvo el encargo del palacio legislativo, y los trabajos de cimentación iniciaron a finales de septiembre de 1910.

El propio Díaz tuvo el honor de colocar la primera piedra, sin imaginar que apenas unas semanas después, el 20 de noviembre, se desataría un levantamiento armado que lo forzaría al exilio y transformaría radicalmente el destino del país. La estructura a medio construir del proyecto legislativo se convertiría, con el tiempo, en un símbolo de la reconstrucción nacional: el Monumento a la Revolución.

A lo largo del turbulento conflicto armado, la colosal estructura de acero, concebida originalmente como el esqueleto del palacio legislativo de Díaz y diseñada por Émile Bénard, encontró un nuevo y trascendental propósito: ser un monumento que honrara los ideales de la Revolución Mexicana y sirviera como mausoleo para algunas de sus figuras más emblemáticas. En una irónica manifestación de su origen polifacético, amigos y enemigos de la lucha revolucionaria ahora comparten, en la muerte, el mismo espacio bajo sus imponentes columnas.

¿Qué Líderes Revolucionarios Descansan en el Mausoleo?

El grandioso proyecto del Palacio Legislativo que ideó Adamo Boari nunca llegó a materializarse por completo. El declive de la era porfiriana significó también el fin de esa iniciativa, dejando una enorme estructura de acero de miles de toneladas en un terreno extenso, cercano al prestigioso Paseo de la Reforma. Fueron los gobiernos que surgieron tras la Revolución quienes vieron el potencial de reutilizar esta monumental obra. Según la destacada historiadora Bertha Hernández, la primera función de la estructura fue durante la administración de Álvaro Obregón, quien destinó parte de la obra para la conmemoración del centenario de la consumación de la Independencia. En este lugar también se llevaron a cabo algunas de las primeras transmisiones radiofónicas en México. Sin embargo, fue bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas que el edificio comenzó a definir su rol actual.

Unos años antes de que Cárdenas asumiera la presidencia, el visionario arquitecto Carlos Obregón Santacilia presentó al entonces presidente Abelardo L. Rodríguez una audaz propuesta para reimaginar el proyecto inconcluso del palacio legislativo. Su idea era integrar parte de la estructura existente para crear un monumento que celebrara la gesta revolucionaria. Empleando materiales de origen mexicano como la cantera chiluca, la piedra volcánica oscura y el cobre para la cúpula, Santacilia revistió el esqueleto de acero, importado de Estados Unidos, adoptando un distintivo estilo Art Decó que reemplazó el Neoclásico originalmente planeado para la sede del poder legislativo.

La imponente construcción del Monumento a la Revolución se completó en 1938, ya bajo el mandato del Lázaro Cárdenas, cuyo gobierno determinó que este espacio sirviera como mausoleo para albergar los restos de figuras clave que encarnaran los ideales de la Revolución. Es importante señalar que no todas las personalidades prominentes del movimiento revolucionario reposan en este lugar. La llegada de los restos de los personajes históricos que hoy se encuentran en el monumento no ocurrió de forma simultánea, ni siguió un orden cronológico estricto que reflejara la etapa de la Revolución en la que cada uno participó activamente. Las decisiones que motivaron su traslado se basaron en criterios diversos, lo que, paradójicamente, ha propiciado que aquellos que fueron adversarios en vida compartan ahora, en la eternidad, un espacio que en vida difícilmente hubieran compartido.

“Resulta fascinante observar el proceso a través del cual estos personajes llegan al Monumento y quién autoriza su traslado, ya que esto revela, por un lado, la consolidación de las instituciones; segundo, la construcción de una narrativa revolucionaria al estilo del PRI; y tercero, cómo se gestionaron ajustes finales de cuentas una vez que las tensiones más fuertes habían disminuido”, explica la historiadora Bertha Hernández.


Venustiano Carranza: El Primer Líder Revolucionario en el Monumento

Los restos de Venustiano Carranza fueron los primeros de un héroe revolucionario en ser depositados en el recién inaugurado Monumento a la Revolución. Tras su trágico asesinato en Tlaxcalantongo, Puebla, en mayo de 1920, Carranza fue inicialmente inhumado en el Panteón Civil de Dolores, en la Ciudad de México, donde permaneció durante dos décadas.

“Aunque Cárdenas impulsó la idea de que Carranza fuera el primer ocupante de este mausoleo, diversas circunstancias, quizás por estar más enfocado en eventos cruciales como la expropiación petrolera, hicieron que esto no fuera una prioridad inmediata. Fue hasta 1941, en un contexto particular, cuando Manuel Ávila Camacho autorizó el traslado de los restos de don Venustiano. Fueron exhumados del Panteón de Dolores, se les rindieron solemnes honores en el Senado de la República y posteriormente fueron inhumados en el Monumento a la Revolución. Él fue el pionero, y pasarían varios años antes de que otro de los actuales ocupantes llegara a este lugar”, detalla Bertha Hernández.


Francisco I. Madero: Un Homenaje Cincuentenario al Apóstol de la Democracia

El trágico asesinato de Francisco I. Madero en las cercanías de la cárcel de Lecumberri, hoy sede del Archivo General de la Nación (AGN), el 22 de febrero de 1913, marcó el dramático fin de la Decena Trágica, un periodo que había iniciado el 9 de febrero del mismo mes con el objetivo de derrocar al gobierno maderista. En medio de la intensa agitación política y social de la época, su esposa, Sara Pérez de Madero, logró recuperar el cuerpo de su marido. En condiciones de extrema precariedad y ante la persecución que sufría la familia, apenas logró darle sepultura en el Panteón Francés de la Piedad. Tuvieron que transcurrir casi cinco décadas para que Madero recibiera un funeral acorde a su trascendental papel en la Revolución Mexicana. Como señala Bertha Hernández, la fecha del 20 de noviembre adquirió una profunda carga simbólica a partir del Plan de San Luis, proclamado por Madero para iniciar el levantamiento armado contra el régimen de Porfirio Díaz.

Los restos de Madero fueron trasladados al Monumento a la Revolución en 1960, como parte de la conmemoración del 50 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana. Fueron exhumados el 19 de noviembre de ese año y colocados en una urna. Pasaron la noche en la Cámara de Diputados, custodiados por cadetes del Colegio Militar, evocando el mismo acompañamiento que estos jóvenes le brindaron cuando se dirigía al Palacio Nacional en febrero de 1913. Posteriormente, se le rindió un emotivo homenaje en el Senado de la República antes de que sus restos fueran finalmente llevados al Monumento a la Revolución.

“Y nuevamente, esto es un gesto de conciliación y de recapitulación histórica de enorme interés. El presidente Adolfo López Mateos fue el encargado de depositar los restos en esa cripta. Ese fue el momento cumbre de esas conmemoraciones. Pero Adolfo López Mateos no estaba solo; lo acompañaban todos los presidentes vivos de la época. Calles ya no estaba presente, pero sí Lázaro Cárdenas, Miguel Alemán y Ruiz Cortínez. Y ellos, flanqueando a López Mateos, montaron guardia ante los restos de Madero. Luego, las crónicas relatan que, visiblemente conmovido, López Mateos tomó la urna y la depositó”, detalla la historiadora.


Plutarco Elías Calles: El Arquitecto de la Estructura Política Posrevolucionaria

En 1919, Calles ocupó el cargo de ministro de Industria, Comercio y Trabajo bajo la administración de Venustiano Carranza. Sin embargo, en enero de 1920, renunció a su puesto para unirse a la campaña presidencial de Álvaro Obregón, con quien Carranza mantenía marcadas diferencias políticas. Pocos meses después, en abril, el influyente “grupo de los sonorenses”, conformado por Obregón, Calles y Adolfo de la Huerta, proclamó el Plan de Agua Prieta para desconocer el gobierno de Carranza, quien fue asesinado en mayo del mismo año.

Posteriormente, en 1924, Plutarco Elías Calles fue electo Presidente de la República, desempeñando el cargo hasta 1928. En 1936, Lázaro Cárdenas, ya como presidente, decretó el exilio de Calles a Estados Unidos. En ese periodo, Calles padecía una dolencia vesicular; permaneció en el exilio hasta 1941, cuando el presidente Manuel Ávila Camacho le extendió la invitación para regresar a México, donde residió durante sus últimos 5 años de vida. Falleció el 19 de octubre de 1945 y sus restos fueron sepultados inicialmente en el Panteón Civil de Dolores de la Ciudad de México. En 1969, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz ordenó el traslado de los restos de Plutarco Elías Calles al Monumento a la Revolución.

“¿Qué se le está reconociendo con este acto? Se le reconoce como el fundador de una estructura política que logró contener los enfrentamientos armados y que permitió que la Revolución transicionara de la lucha armada a la construcción de instituciones. Eso es lo que se honra en Calles”, señala Bertha Hernández.


 

Lázaro Cárdenas: El Presidente que Concibió el Mausoleo de la Revolución

El presidente que decretó que el Monumento a la Revolución se transformara en un mausoleo para los héroes revolucionarios falleció a causa de una insuficiencia hepática en la Ciudad de México, el 19 de octubre de 1970. Trágicamente, esto ocurrió exactamente 25 años después de la muerte de su importante adversario político, Plutarco Elías Calles, con quien terminaría compartiendo el mismo espacio en el mausoleo.

“En todos estos casos, el Poder Ejecutivo presenta una iniciativa a la Cámara de Diputados proponiendo la exhumación del personaje y su posterior inhumación en el monumento. Y estas iniciativas son aprobadas casi por unanimidad, pues validan la noble idea, heredada del siglo XIX, del sepulcro de honor para aquellos que defienden la patria, lo cual no solo implica un sacrificio en el campo de batalla, sino también un compromiso fundamental en la construcción de una nación. Por lo tanto, los restos de don Lázaro ingresaron rápidamente al Monumento a la Revolución. Falleció un 19 de octubre, y para el 21 por la mañana, la iniciativa ya había sido presentada ante la Cámara de Diputados y la Cámara de Senadores. Fue votada con una celeridad sorprendente, y se procedió a inhumar a don Lázaro. Podríamos pensar que ahí concluye la historia. Pero el gran pendiente que queda es Villa”, comenta Bertha Hernández.


Francisco ‘Pancho’ Villa: El Centauro del Norte en el Corazón de la Revolución

Al examinar la lista de los personajes históricos que reposan en el Monumento a la Revolución, surge una pregunta natural: ¿por qué no se encuentran los restos de Emiliano Zapata, mientras que sí están los de Francisco “Pancho” Villa? A pesar de ser dos de las figuras más icónicas y representativas de la gesta revolucionaria, la historiadora Bertha Hernández explica que Villa contó con un factor decisivo que Zapata no tuvo, y que fue crucial para la decisión de trasladar sus restos al Monumento a la Revolución: un influyente defensor en el Senado de la República, el renombrado escritor Martín Luis Guzmán.

“Don Martín Luis Guzmán, además de dirigir la prestigiosa revista Tiempo y estar a cargo de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, era senador de la República. Desde su destacada posición en el Senado, comenzó a defender y a promover activamente la relevancia histórica de Villa, convirtiéndose en uno de los principales impulsores de la idea de trasladar los restos de Villa desde Parral, donde estaba enterrado, para depositarlos solemnemente en el Monumento a la Revolución”.

Fue a finales de 1976 cuando un decreto presidencial emitido por Luis Echeverría ordenó la exhumación de los restos del Centauro del Norte de Parral, Chihuahua, lugar donde había sido sepultado en 1923 tras ser emboscado mientras conducía su automóvil. Sus restos fueron trasladados para ser inhumados en el Monumento a la Revolución. Este es el mismo lugar de descanso final de Venustiano Carranza y Plutarco Elías Calles, a quienes Villa combatió en vida. Sin embargo, sus restos fueron depositados en la misma columna que alberga la urna de Francisco I. Madero, a quien Villa siempre profesó lealtad.

“También se les rindieron honores militares y se les rindió homenaje en la Cámara de Diputados antes de ser trasladados a la cripta. Son criptas separadas, pero él comparte la misma columna que Madero. En la misma columna donde descansa Madero, se encuentra también Villa”, concluye Bertha Hernández.


 

OdL

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