El impacto negativo de la comida

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Los recuerdos de infancia asociados al hogar, como las celebraciones familiares y las deliciosas comidas caseras, se han convertido para muchos en una batalla interna entre el deseo y la culpa. La alimentación, esencial para la vida, se ha transformado en un campo de batalla personal, marcado por el autocastigo, la ansiedad y el miedo. Al imponernos límites estrictos sobre lo que comemos, limitamos nuestra capacidad de disfrutar y, en última instancia, nuestra propia vitalidad.

Nuestra relación con la comida es fundamental para nuestro bienestar general. Sin embargo, cuando utilizamos los alimentos como una forma de castigo, consuelo o incluso como una herramienta de control, rompemos la conexión natural y armoniosa con nuestro cuerpo. Las dietas restrictivas actúan como barreras infranqueables, y la culpa se convierte en la implacable guardiana de nuestras decisiones alimentarias. Las estadísticas de la National Eating Disorders Association (NEDA) son reveladoras: un considerable porcentaje de mujeres (65 %) y hombres (35 %) desarrollan hábitos alimentarios perjudiciales. Esta problemática va más allá de lo individual; es una herida social que a menudo se disfraza de disciplina.

Los atracones de comida suelen ser la respuesta a periodos de privación extrema. Quien se abstiene de comer por miedo o remordimiento, cae en un círculo vicioso de excesos y posterior arrepentimiento. En el fondo, no se trata de una falta de ingesta, sino de un desequilibrio profundo. La abundancia descontrolada surge como la contraparte inevitable de la restricción. En lugar de escuchar las señales de nuestro organismo, lo castigamos; en lugar de nutrirlo, lo sometemos a exigencias inhumanas. Al perder el control sobre la alimentación, también se diluye la capacidad de reconocer y respetar la saciedad.

Comer debería ser un acto de conexión y disfrute, no una forma de autogobierno. Al practicar una alimentación consciente, permitimos que nuestro cuerpo recupere su habilidad para comunicarse con nosotros. Adoptar un enfoque de alimentación intuitiva nos brinda la oportunidad de reconciliarnos con nosotros mismos, identificar nuestras verdaderas necesidades y saborear el placer sin el peso del juicio. Mientras que las dietas nos enseñan a temer a los alimentos, la consciencia nos empodera para comprenderlos.

Es crucial trascender la superficialidad de los hábitos alimentarios y comprender la seriedad de este problema. En México, los trastornos de la conducta alimentaria han aumentado dramáticamente un 49.6 % entre 1990 y 2021, según un estudio publicado en PLOS ONE. A nivel global, una persona fallece cada 52 minutos debido a complicaciones derivadas de estas patologías, de acuerdo con la ANAD. Estas cifras no son meros números; representan vidas y personas afectadas de forma devastadora por su relación con la comida.

En definitiva, el acto de comer debe ser una manifestación de autocuidado, no de autoabnegación. Es el momento de derribar las barreras del miedo y construir un puente de entendimiento con la comida, con nuestro cuerpo y, en última instancia, con la vida misma. Porque cuando la alimentación deja de ser una fuente de bienestar para convertirse en un motivo de angustia, lo que debemos transformar no es lo que ponemos en nuestro plato, sino la perspectiva desde la que lo contemplamos.

OdL

aDB

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