La reciente declaración de Theresa May, ex Primera Ministra del Reino Unido, sobre su práctica de consumir conservas con moho tras retirar la parte visiblemente afectada ha desatado un debate crucial. Su confesión, realizada en el contexto de una discusión sobre la reducción del desperdicio alimentario, plantea interrogantes importantes sobre la seguridad de ingerir alimentos que presentan signos de contaminación por hongos. La Agencia de Normas Alimentarias del Reino Unido (FSA) ha emitido una advertencia clara: se desaconseja rotundamente el consumo de productos con moho, ya que sus toxinas pueden penetrar la superficie y afectar el alimento en su totalidad.

Por su parte, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) ofrece directrices más matizadas. Distingue entre alimentos sólidos o secos y aquellos blandos o húmedos. En el primer caso, sugieren que es posible recuperar el alimento si se retira cuidadosamente la zona afectada. Sin embargo, para alimentos blandos o con alto contenido de agua, la recomendación es clara: desechar por completo. Esto significa que una fruta firme podría ser apta para el consumo tras la eliminación del moho, pero alimentos como pan, mermeladas o quesos blandos representan un riesgo y deben ser descartados. No obstante, es fundamental recordar que la evidencia científica no garantiza que el moho o sus toxinas no hayan impregnado el alimento más allá de lo visible.

MICOTOXINAS: EL PELIGRO OCULTO EN EL MOHO ALIMENTARIO
El verdadero peligro de consumir alimentos con moho no reside en el hongo visible, sino en las **micotoxinas**. Estas son **compuestos tóxicos producidos por hongos como Aspergillus, Penicillium y Fusarium**, que pueden desencadenar serias consecuencias para la salud. Los efectos a largo plazo pueden incluir daños hepáticos y renales, e incluso aumentar el riesgo de desarrollar ciertos tipos de cáncer. Es importante destacar que estas toxinas son notablemente resistentes al calor, por lo que los procesos de cocción o recalentamiento no logran neutralizarlas. Además, la inhalación de esporas de moho representa un riesgo para el sistema respiratorio, por lo que se recomienda evitar oler productos que muestren signos de contaminación.
La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) clasifica algunas micotoxinas, como la aflatoxina B1, como carcinógenos de categoría 1, confirmando su potencial para causar cáncer en humanos. Estas sustancias, presentes en determinados mohos, tienen la capacidad de **acumularse en el organismo y generar problemas de salud crónicos**. Su presencia, a menudo imperceptible al ojo, al sabor o al olor, incrementa significativamente el riesgo asociado a su consumo.
Sin embargo, es crucial diferenciar. Existen **situaciones seguras donde el moho es un componente intencional y controlado**. Ejemplos claros son los mohos utilizados en la producción de quesos como el roquefort, camembert o brie. En estos casos, se emplean cepas específicas y seguras que no producen toxinas perjudiciales. Más allá de estos procesos controlados, la recomendación experta es unánime: ante la más mínima señal de moho en un alimento, la opción más segura y responsable es desecharlo por completo. En la urgente necesidad de reducir el desperdicio de alimentos, nuestra salud debe ser siempre la prioridad absoluta.
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