Paulina Lavista: El México de hoy a través de su lente

Ioseph
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Paulina Lavista, hija de un reconocido compositor y una talentosa pintora, se consolidó como una figura esencial en la fotografía mexicana, aportando una visión única y profunda. Su formación artística familiar sembró las bases de un legado visual impactante. Desde finales de la década de 1960, Lavista documentó incansablemente la efervescencia cultural e intelectual de México. Sus lentes capturaron la esencia de personalidades literarias, artistas plásticos, icónicas vedettes y la vibrante vida urbana, todo ello a través de un estilo caracterizado por su audacia y una profunda conexión humana.

En una reveladora conversación con Emiliano Gironella, para el programa Que sí Quede Huella en Heraldo Televisión, Paulina Lavista desgranó los hitos de su prolífica carrera, compartió anécdotas de sus relaciones personales y reafirmó su férrea convicción en el poder de la imagen como custodio de la memoria colectiva.

Lavista desveló cómo sus estudios iniciales en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) le proporcionaron una sólida base como productora de cine. Su participación en proyectos de gran envergadura, como la película oficial de los Juegos Olímpicos de 1968, donde lideró a un equipo de más de 70 camarógrafos, marcó un punto de inflexión temprano en su trayectoria.

Asumí la completa responsabilidad de todos los negativos y coordiné a 35 camarógrafos británicos y 35 mexicanos, con tan solo 22 años”, recordó con detalle.

Esta experiencia, según Lavista, le inculcó “la fortaleza del conocimiento” y una ética de trabajo inquebrantable que definiría su carrera. Fue durante este periodo que adquirió su primera cámara, una Nikon, y descubrió su verdadera vocación: “Desde que tuve la cámara, me sentí libre. Y entonces dejé el cine”.

Paulina Lavista: Pionera de la Fotografía Mexicana

Su conexión con el célebre escritor Salvador Elizondo representó un momento definitorio en su vida. Lo que comenzó como una admiración juvenil evolucionó hacia una profunda y duradera relación amorosa, convirtiéndolos en una de las parejas más influyentes del panorama cultural mexicano. “Un día me llamó y me dijo: quiero que seas mi chamaca. Y nunca nos separamos”, relató con entrañable afecto. Su vínculo trascendió lo personal para forjar una poderosa simbiosis intelectual y creativa.

“Salvador fue crucial para mí; sin él, no habría podido capturar el mundo que me ha tocado vivir”, afirmó contundente. Juntos, exploraron la fascinante intersección entre la palabra escrita y la imagen capturada, entre la literatura y la luz. “Recorríamos la ciudad en busca de ventanas, momentos, luces. Él escribía y yo fotografiaba. Era una simbiosis perfecta”.

Paulina Lavista se erigió como una figura central en la escena artística de los años setenta, una década en la que la fotografía comenzaba a ganar reconocimiento como una disciplina artística legítima en México. “En 1970 expuse en Bellas Artes, y por primera vez se abrió la puerta a una joven fotógrafa. Entonces empezó a considerarse la fotografía como una pieza de museo”, recordó con orgullo.

Compartió época y espacio creativo con otras grandes maestras como Graciela Iturbide, Lola Álvarez Bravo y Kati Horna, a quienes considera verdaderas vanguardistas: “Lola fue como yo: hacía retratos, reportajes, y le tocó abrir camino cuando la fotografía aún no era considerada arte”.

Retratos de Mujeres Libres: Las “Bellas y Audaces” de Lavista

Paralelamente, su trabajo en publicaciones dirigidas a un público masculino le brindó la oportunidad de inmortalizar a las vedettes más emblemáticas del cine mexicano, figuras como Lyn May, Sasha Montenegro, Olga Breeskin y la Princesa Yamal, entre otras. Lavista abordó el desnudo femenino desde una perspectiva decididamente artística y con un profundo respeto por la dignidad de sus modelos.

Yo no hacía fotos vulgares, buscaba el arquetipo femenino, la elegancia, la luz natural. Cada mujer tenía un mito propio. Yo las llamo bellas y audaces, porque fueron mujeres que se atrevieron a ser libres en un país conservador”.

Su obra trasciende el mero glamour superficial, constituyendo un invaluable testimonio visual de un México multifacético. Un país donde la alta cultura, representada por intelectuales de la talla de Octavio Paz o Juan Rulfo, coexistía armoniosamente con el vibrante mundo del teatro de revista y la efervescente vida nocturna. Lavista, plenamente consciente de su rol como documentalista histórica, ha dedicado las últimas dos décadas a la preservación del legado de Elizondo, fallecido en 2006.

Él publicó 14 libros en vida, y yo llevo 14 más póstumos. No he publicado ninguno mío. Estos 20 años los he dedicado a Salvador”, confesó con devoción.

Además de su labor editorial, ha organizado y catalogado los 84 volúmenes de diarios personales que Elizondo comenzó a escribir desde la temprana edad de 11 años. “Ningún escritor en México ha hecho una obra diarística tan extensa”, subrayó con admiración.

Con ochenta años de vida y una trayectoria inigualable, Paulina Lavista reflexiona con perspicacia sobre el futuro de la imagen. Advierte que la fotografía digital, a pesar de su aparente inmediatez y accesibilidad, podría carecer de la perdurabilidad intrínseca del negativo analógico. “Los negativos bien conservados duran para siempre. No sé si dentro de 50 años alguien podrá abrir los archivos digitales de hoy”, planteó con cautela.

Por ello, insta a la comunidad fotográfica a reconectar con los principios fundamentales de la disciplina: “Hay que volver a los fundamentos de composición, a observar con detenimiento. No se trata de capturar miles de veces, sino de reflexionar sobre cada imagen”. 

 

OdL

aDB

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