A lo largo de la historia, el planeta ha sido testigo de innumerables desastres que han dejado una huella imborrable. Desde colapsos estructurales hasta azotes de agua y sismos, cada uno de estos fenómenos naturales ha causado estragos devastadores en comunidades enteras, dejando cicatrices profundas en la memoria colectiva. Entre ellos, hay un relato que continúa provocando escalofríos por su profunda tristeza y conmovedora humanidad: la historia de Omayra Sánchez.
El 13 de noviembre de 1985 marcó un punto de inflexión trágico en la vida de Omayra Sánchez Garzón, una joven colombiana de apenas 13 años. Su destino se vio inseparablemente ligado a uno de los eventos naturales más catastróficos que ha sufrido Colombia: la erupción del volcán Nevado del Ruiz. Lo que sobrevino fue una agonía que se prolongó por casi tres días, documentada y difundida a nivel mundial, convirtiéndola en un emblema global de la calamidad y la dejadez.
La joven Omayra residía con su familia en Armero, un área próspera del departamento de Tolima, Colombia. Esa noche fatídica, a las 9:09 p.m., el volcán, conocido por ser uno de los más activos de la nación, entró en erupción. Inicialmente, muchos habitantes confundieron la magnitud del evento con una simple inundación.
Sin embargo, las corrientes de material volcánico caliente desatadas por la erupción derritieron aproximadamente el 10% del glaciar montañoso, provocando una serie de flujos de lodo y escombros, conocidos como lahares, que se precipitaban a velocidades alarmantes (superiores a 60 km/h) por las laderas.
¿Cuál fue la situación de Omayra Sánchez?
El principal lahar impactó Armero alrededor de las 11:30 p.m., devastando la localidad y resultando en entre 23,000 y 25,000 fallecimientos; según las cifras oficiales, cerca del 75% de los 28,700 residentes del pueblo perecieron. La casa de Omayra, de dos niveles, fue arrasada, y ella quedó atrapada bajo los restos de su hogar, sumergida en el lodo y los detritos de la destrucción.

Los equipos de rescate la encontraron con vida, pero la escena era desoladora, ya que la niña se encontraba atrapada con agua y lodo hasta el pecho. Se relata que la pequeña Omayra permaneció en esa condición durante 60 horas, demostrando una fortaleza y una serenidad que cautivaron al mundo. Rodeada de periodistas y socorristas, se comunicó con los medios, cantó, solicitó alimento y, según los testimonios, nunca perdió la esperanza de ser rescatada.
Adicionalmente, los rescatistas emplearon un neumático para mantenerla a flote y se relevaban para hacerle compañía, conversando con ella para aliviar su soledad. Dada la magnitud de la catástrofe y la historia de Omayra, la cobertura mediática fue exhaustiva, permitiendo que su lucha contra la muerte fuera seguida casi en tiempo real por los periodistas presentes en la zona.
Más allá de las dolorosas imágenes de la joven aferrándose a un tronco con la piel pálida, los reporteros expusieron la cruda realidad del desastre y la ineficacia de las autoridades colombianas para responder con agilidad y efectividad, a pesar de las advertencias científicas previas sobre el riesgo de erupción. Muchos de los 25,000 fallecidos, al igual que Omayra, podrían haber sido salvados si se hubieran implementado estrategias de evacuación.

¿Cuáles fueron los obstáculos para rescatar a Omayra Sánchez?
A pesar de los esfuerzos de los equipos de rescate para liberar a Omayra, sus intentos resultaron infructuosos. Cuando su casa fue engullida por el lahar volcánico (una mezcla de lodo, agua y escombros), sus piernas quedaron inmovilizadas bajo una estructura pesada, comúnmente descrita como una puerta de ladrillo o una viga de concreto.
La situación se complicó aún más cuando los socorristas que se sumergieron para evaluar su estado descubrieron que el brazo de su tía, fallecida bajo el mismo escombro, estaba firmemente sujeto a sus extremidades inferiores. Esta combinación de peso considerable y la presencia de cuerpos hacía extremadamente difícil la liberación.
Además, las condiciones del entorno en Armero hacían que cualquier operación de rescate fuera casi impracticable, ya que Omayra estaba sumergida hasta el pecho en una mezcla inestable de agua estancada y lodo volcánico denso. Los equipos de rescate carecían de puntos de apoyo firmes para generar la fuerza necesaria para levantar el pesado escombro.

Asimismo, la magnitud de la catástrofe superó las capacidades del país, que carecía del equipo de rescate especializado necesario en el lugar. No se disponía de bombas de succión para drenar el lodo, ni de grúas, ni de gatos hidráulicos lo suficientemente potentes para retirar el bloque sin poner en riesgo a la niña o a los propios rescatistas. Lamentablemente, la asistencia internacional y el equipamiento pesado llegaron con retraso.
Con el paso del tiempo, su estado físico se deterioró. La exposición prolongada al agua fría durante la noche le provocó una grave hipotermia, mientras que la presión de los escombros causó daños irreparables en sus piernas, lo que probablemente derivó en gangrena y un desequilibrio electrolítico fatal.
La única vía para una liberación inmediata y potencialmente salvadora era la amputación de sus piernas, pero en medio del caos del desastre, no había cirujanos ni equipo médico estéril disponible para llevar a cabo la intervención en el sitio. Los rescatistas concluyeron que intentar la amputación en esas circunstancias precarias habría resultado en una muerte más rápida debido a hemorragia o infección, obligándolos a presenciar impotentes su agonía.

La niña finalmente falleció el 16 de noviembre de 1985, tres días después de la erupción. Aunque la causa oficial fue la erupción volcánica, se estima que su deceso se debió a una combinación de gangrena, hipotermia y los desequilibrios electrolíticos resultantes de su prolongada inmersión en agua estancada. La madre de Omayra, quien fue rescatada, declinó la opción de amputarle las piernas para liberarla, por lo que su cuerpo fue inhumado en el mismo lugar donde pereció.

