https://aeternaarcanum.com/adb/feed/rdf/ https://aeternaarcanum.com/adb/feed/rss/ https://aeternaarcanum.com/adb/feed/ https://aeternaarcanum.com/adb/feed/atom/ https://aeternaarcanum.com/adb/comments/feed/

México, santuario de acogida: del éxodo español a la diáspora venezolana

IOSEPHUS
9 Lectura mins.

Por Andrea Doormann Echeverria

México ha extendido su hospitalidad a dos oleadas migratorias separadas por ocho décadas: los exiliados españoles tras la Guerra Civil y los migrantes venezolanos de tiempos recientes. Ambas comunidades han encontrado en el país un espacio de seguridad, oportunidades y arraigo. Desde los más de 25,000 republicanos españoles acogidos entre 1939 y 1942, hasta los más de 52,000 venezolanos registrados por el INEGI en 2020 (con cifras estimadas que superan los 97,000), la práctica del asilo en México es una tradición arraigada de solidaridad, integración y desarrollo.

Cada cifra representa historias personales. En 1942, una niña asturiana de nueve años, junto a su madre y hermanos, abordó un barco en Marsella, huyendo de una guerra que había cobrado la vida de su padre. Ochenta años después, un niño venezolano de cinco años aterrizaba en la Ciudad de México, escapando de una crisis que había impactado a su generación. A pesar de las diferencias temporales y contextuales, ambos encontraron en México un país receptivo.

La vocación de acogida de México se manifestó de forma prominente al concluir la Guerra Civil Española. Ante el cierre de fronteras de muchas naciones frente a los más de medio millón de españoles que huían del régimen franquista, México se distinguió por abrir sus puertas. Bajo el mandato del presidente Lázaro Cárdenas, el país ofreció asilo político a gran escala, convirtiéndose en un destino fundamental para los refugiados españoles.

En consonancia con su filosofía humanitaria, Cárdenas impulsó la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles, facilitando la llegada de más de 25,000 refugiados entre 1939 y 1942.

Figuras como Gilberto Bosques, diplomático mexicano apodado el “Schindler mexicano”, fueron clave en este proceso. Desde su consulado en Marsella, otorgó miles de visas y salvoconductos a perseguidos del nazismo y del franquismo, y alquiló castillos para alojar y proteger a familias antes de su traslado a América.

Ultra González, una exiliada española de 92 años, relata cómo el gobierno mexicano se hizo cargo de ellos, alquilando un castillo en Marsella como refugio y contando con el apoyo del embajador Gilberto Bosques.

Tras más de un mes de viaje, Ultra arribó a México, país que se convertiría en su nuevo hogar. Describe la cálida bienvenida y recuerda su primera comida, arroz y chicozapote, una fruta que a su madre le pareció inusual para el postre. Ese momento marcó su primer contacto con una cultura nueva.

Viajaron en tren hacia la capital, observando paisajes y rostros amables que les auguraban una nueva vida. Se instalaron en un hotel costeado por el Partido Republicano, donde iniciaron la reconstrucción de sus vidas.

Ultra expresa su gratitud: “México me lo dio todo: educación, trabajo, amigos. Estudié en el Colegio Madrid, con maestros españoles y mexicanos, y nunca sentí rechazo. Aquí formé mi familia. Para mí, México es mi nación”. En su habitación, una fotografía amarillenta recuerda a su padre, perdido en la guerra.


Miles de familias encontraron alojamiento, empleo y oportunidades educativas. Según El Colegio de México, más del 40% de los exiliados españoles se dedicaron a la enseñanza y la edición, fundando instituciones educativas y editoriales de gran relevancia nacional.

Ocho décadas después, México vuelve a ser un refugio, esta vez para miles de venezolanos que, al igual que los republicanos de antaño, buscan estabilidad y un futuro próspero.

De acuerdo con el INEGI, en 2020 residían en México 52,948 personas nacidas en Venezuela. Sin embargo, estimaciones recientes de ACNUR y R4V sugieren que la cifra supera las 100,000. La Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) registró 79,518 solicitudes de asilo en 2024, siendo Venezuela uno de los principales países de origen. La mayoría se concentra en la Ciudad de México, Estado de México, Nuevo León, Quintana Roo y Querétaro, donde muchos han encontrado oportunidades, aunque persisten desafíos de integración y acceso al empleo formal.

Leonardo Paparoni, quien llegó a la Ciudad de México a los cinco años, relata que la decisión familiar de migrar se debió a la compleja situación en Venezuela. Su adaptación fue rápida y pronto adoptó el acento mexicano.

A pesar de la buena adaptación, la nostalgia de su infancia estuvo marcada por las llamadas a Venezuela y la mezcla de gastronomía: “Seguimos conservando nuestras tradiciones venezolanas, sobre todo en casa, pero también incorporamos mucho de México en nuestra vida diaria”.


Leonardo, quien estudia Ingeniería Industrial y de Sistemas, reconoce la hospitalidad mexicana y la ausencia de discriminación. Sin embargo, es consciente de que no todas las familias inmigrantes cuentan con el mismo respaldo.

Los datos indican avances y retos en la integración de refugiados en México. La COMAR registró 79,518 solicitudes de asilo en 2024, con más del 60% de reconocimiento, una de las tasas más altas en Latinoamérica. México se posiciona como un destino principal de protección, facilitando el acceso a educación y empleo, aunque aún persisten obstáculos para la plena integración laboral y la obtención de documentos definitivos.

Leonardo valora la flexibilidad del Estado en la concesión de permisos laborales, pero sugiere mejoras en la calidad del empleo a medida que la economía se recupera. También enfatiza la necesidad de equilibrar la apertura con la seguridad, estableciendo parámetros claros sin cerrar las puertas a quienes buscan refugio.

Su comentario refleja una preocupación común: cómo mantener políticas humanitarias sin comprometer la seguridad nacional. Si bien algunos sectores asocian el aumento migratorio con la inseguridad, la evidencia no respalda una relación directa. Informes de seguridad pública no reportan incrementos delictivos atribuibles a población extranjera, y estudios de percepción ciudadana muestran una vinculación errónea entre migración y riesgo. Esto subraya la importancia de fortalecer la información pública y las políticas de integración.

A pesar de los desafíos, Leonardo destaca el sentimiento de pertenencia que México le ha brindado. La adquisición de la nacionalidad mexicana le otorga certeza sobre su lugar de residencia y desarrollo.

Aunque mantiene sus costumbres venezolanas, su identidad se ha fusionado con la mexicana: “Por más que nací en Venezuela, llevo tres cuartas partes de mi vida aquí. México es mi casa”.


Ultra González comparte un sentimiento similar: “Hoy, para mí, México representa todo. Me representa hasta mi país, porque yo pudiendo irme a vivir a España, no lo quiero. Yo me quiero quedar aquí. Para mí México es mi nación”.

A diferencia de Leonardo, ella nunca tramitó la nacionalidad mexicana, ya que nunca sintió la necesidad. “No me hizo falta nunca. Yo estudié, trabajé y formé mi vida aquí”.

Para Leonardo y Ultra, México ha sido más que un refugio; ha sido un hogar que les ofreció calidez, oportunidades y una completa integración social y cultural. Provenientes de contextos diferentes, ambos coinciden en que la hospitalidad mexicana y el sentido de pertenencia han transformado su exilio en una nueva identidad.

Desde los barcos republicanos hasta los vuelos caraqueños, el espíritu de acogida de México se mantiene: abre sus brazos. En estas tierras, el asilo se convierte en hogar. Más allá de la nacionalidad, quienes buscan refugio se sienten parte de México. En un mundo de muros, el país preserva una tradición que trasciende gobiernos, fronteras y generaciones. Ser tierra de asilo es más que una política; es un rasgo identitario.

OdL

Comparte este artículo
No hay comentarios

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *