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Cuando los alimentos dañan

IOSEPHUS
4 Lectura mins.

Lo que solía ser sinónimo de hogar y afecto en nuestra infancia, como las celebraciones familiares y las comidas preparadas por nuestros seres queridos, se ha transformado para muchos en un conflicto interno entre el anhelo y la culpa. La alimentación, un acto fundamental para la existencia, se ha convertido en un territorio de autosometimiento, inquietud y temor. Al limitar lo que comemos, limitamos el disfrute y, en última instancia, la propia vida.

La manera en que nos relacionamos con los alimentos es crucial para mantener un estado de bienestar. No obstante, cuando recurrimos a la comida como represalia, consuelo o incluso como un método de control, se interrumpe la armonía y la comunicación natural con nuestro organismo. Las pautas alimentarias restrictivas se erigen como barreras, y la remordimiento asume el rol de regulador de nuestras ingestas. Datos de la National Eating Disorders Association (NEDA) revelan que un porcentaje significativo de mujeres (65 %) y hombres (35 %) desarrollan patrones alimentarios poco saludables. Esta problemática no es un asunto aislado, sino una herida colectiva que se disfraza de autocontrol.

Los episodios de ingesta descontrolada a menudo son la consecuencia directa de periodos de privación. Quien se priva de comer por aprensión o culpa, se ve atrapado en un ciclo recurrente de excesos y arrepentimiento. En esencia, no es una falta de alimento lo que se experimenta, sino una carencia de equilibrio. La sobreabundancia actúa como una sombra de la privación. En lugar de atender las señales de nuestro cuerpo, lo castigamos; en lugar de nutrirlo, lo sometemos a rigores. La erradicación del control sobre la alimentación conduce a una pérdida de la sensación de saciedad.

La alimentación debería ser un vehículo de unión, no una herramienta de dominio. Al comer con plena conciencia, nuestro cuerpo recupera su capacidad de comunicarse. Adoptar un enfoque de alimentación intuitiva nos permite una auto-reconciliación, reconocer nuestras necesidades y experimentar el placer sin la carga del juicio. Mientras que las restricciones alimentarias nos enseñan a temer a la comida, la conciencia nos capacita para comprenderla.

Es imperativo ir más allá de los simples hábitos y reconocer la magnitud del problema. En México, los desórdenes alimentarios experimentaron un incremento del 49.6 % entre 1990 y 2021, según un análisis publicado en PLOS ONE. A nivel global, una persona fallece cada 52 minutos debido a complicaciones relacionadas con estas afecciones, según la ANAD. Estas no son meras estadísticas, sino vidas y personas afectadas trágicamente por su relación con la alimentación.

En última instancia, el acto de comer debería ser una expresión de cuidado propio, no de privación. Es el momento de derribar las murallas del temor y construir un puente de conexión con la comida, con nuestro cuerpo y con la vida en sí misma. Pues cuando la alimentación deja de ser una fuente de bienestar y se convierte en un motivo de sufrimiento, lo que debemos modificar no es lo que ponemos en nuestro plato, sino la perspectiva con la que nos enfrentamos a él.

OdL

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