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Comercio versus debate razonado

IOSEPHUS
5 Lectura mins.

Cada día del año tiene su propia conmemoración, tal como lo demuestra el Día del Libro el 23 de abril o la jornada dedicada a la protección del medio ambiente el 5 de junio. Resulta notable que el 30 de noviembre se haya destinado a honrar a los influencers, o figuras que generan contenido para plataformas digitales.

Su papel es relativamente nuevo en comparación con otras figuras mediáticas, habiendo surgido casi al mismo tiempo que las plataformas diseñadas para compartir fotos y escribir blogs.

La expansión de las redes sociales ha sido vertiginosa, impulsada por su accesibilidad y la variedad de propósitos que sirven: conectar con otros, mitigar el tráfico, difundir información, buscar empleo, entre muchas otras utilidades. Aunque el número exacto de plataformas es difícil de precisar, dada su constante evolución y la existencia de nichos específicos, es innegable que los creadores de contenido cuentan con una gran cantidad de canales para expresar sus ideas, a menudo sin incurrir en gastos.

La facilidad para crear y difundir material abre interrogantes esenciales: ¿Quién tiene la responsabilidad de verificar la exactitud de la información? Aunque los creadores gozan de libertad de expresión, incluso sus defensores más fervientes reconocen que no todo contenido es admisible, especialmente si socava la dignidad humana.

Por otro lado, ¿qué importancia se le otorga a la transmisión de información veraz cuando las interacciones y las recomendaciones dependen de lo que resulta más llamativo, placentero o incluso sensacionalista?

Estas reflexiones no buscan glorificar el pasado, sino reconocer que si los influencers hoy en día dictan las tendencias en publicidad, noticias y cultura popular, es fundamental considerar seriamente ciertos aspectos al momento de crear o consumir contenido.

En primer lugar, es preocupante la presión del mercado que obliga a los influencers a publicar constantemente para mantener su relevancia. La inmediatez característica de nuestra época hace que la audiencia espere entretenimiento continuo, lo que lleva a los creadores a compartir una cantidad abrumadora de material.

Esta urgencia aumenta el riesgo de distorsionar la realidad, ignorando la complejidad y profundidad de la experiencia humana. Por ejemplo, hay perfiles que recurren a datos científicos o pseudocientíficos para explicar o resolver trastornos alimentarios, lo cual es una simplificación alarmante.

En relación con esto, es moralmente inaceptable ofrecer consejos o soluciones sin considerar el contexto individual o las circunstancias previas, o bien, reducir comportamientos complejos a meras explicaciones biológicas o físicas.

Esto no implica que el contenido deba carecer de espontaneidad o intuición. Por el contrario, algunos comunicadores promueven el relativismo moral, adoptando la idea de que la verdad es subjetiva.

Impulsados por la misma necesidad de popularidad y rapidez, algunos creadores mezclan hechos con opiniones o evitan emitir juicios definitivos sobre lo que es correcto o verdadero. Para no perder seguidores, algunos llegan a justificar comportamientos reprobables bajo el argumento de la privacidad, normalizando situaciones alarmantes. El relativismo empobrece las interacciones humanas.

No obstante, la intención no es censurar las redes sociales ni silenciar a los influencers. Buscamos fomentar una comunicación más humana, reconociendo que las relaciones interpersonales requieren compromiso con la verdad para ser sostenibles, evitando una “ética light” que evite debates profundos.

El objetivo es mejorar la convivencia, tal como lo planteó el filósofo Alejandro Llano al hablar de humanismo cívico.

Dado el rumbo que ha tomado la comunicación, es valioso recuperar el diálogo racional: un intercambio de ideas enfocado en el conocimiento y el bienestar colectivo, y no en el poder, el mercado o la ideología. Debemos recordar que ninguna persona es un mero objeto de monetización o de “me gusta”; existen necesidades humanas fundamentales como la empatía y la justicia, que no se miden con los parámetros de las redes sociales.

Asimismo, las conversaciones de los influencers deberían aspirar a tener relevancia social, ya que el “bien común es trascendental para el ser humano, de tal forma que puede perfeccionar a todos y a cada uno de los miembros de una comunidad”. Es crucial que las redes sociales sirvan como plataformas para el progreso humano, alejándose del individualismo y la negligencia de la dignidad. Aprovechemos este 30 de noviembre para reflexionar críticamente sobre lo que consumimos y compartimos.

OdL

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