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Del pesar al anhelo

IOSEPHUS
6 Lectura mins.

Guadalupe Cantú, conocida en su círculo como “Dalu”, es una persona de carácter vivaz y optimista. Mantiene una relación matrimonial con Carlos Ruschke, fruto de la cual son sus siete hijos. Su rutina diaria experimentó un giro radical tras un incidente.

En el año 2016, al regresar de un viaje a Huatulco, Oaxaca, la familia Ruschke Cantú se vio envuelta en un suceso vial alrededor de las seis de la mañana. El vehículo que utilizaban, una camioneta Suburban, sufrió una volcadura en plena carretera. En el caos del siniestro, Dalu escuchó la frase “¡Recen!” y fue lo único que pudo articular en ese instante.

La Suburban se detuvo bruscamente contra el tronco de un árbol, impidiendo que cayera por un precipicio. Dalu, quien ocupaba el asiento del copiloto, recibió el impacto principal.


“La noche previa habíamos tenido un desacuerdo con Carlos respecto a la tabla de paddle surf que llevábamos, pues él consideraba que ocupaba demasiado espacio. Él insistía en que la dejáramos en Huatulco, pero yo me negué”.

El golpe la dejó semiinconsciente. Los sonidos que captó fueron fragmentos como: “rápido que va a explotar”; la urgencia de ser extraída del vehículo era palpable, ante el temor de una posible explosión. Afortunadamente, pobladores locales acudieron al auxilio de la familia Ruschke. Con la excepción de Dalu, quien manifestaba dolor en las piernas, todos resultaron ilesos. Con sumo cuidado y utilizando la controversia tabla de paddle como improvisada camilla, lograron liberarla del vehículo.

Una mujer de la localidad la trasladó al centro de salud más cercano, situado a mitad del trayecto carretero. El lugar carecía de servicios médicos óptimos. Ante la gravedad de la situación, Dalu contactó a su tío, un reconocido especialista en ortopedia, quien le solicitó realizarse estudios radiográficos.

Tras una prolongada espera, le hizo llegar los resultados. Las imágenes revelaron una fractura de cadera, desplazada y con una hemorragia interna de seis litros. Su tío le aconsejó recolocar el hueso para preservar la movilidad de sus piernas.

El médico de guardia reconoció su falta de experiencia en el procedimiento, pero se ofreció a llevarlo a cabo si se le proporcionaban las indicaciones. Así, una cirugía a distancia, guiada por su tío ortopedista desde la Ciudad de México, se realizó vía FaceTime. El tío transmitía las instrucciones y el médico de guardia las ejecutaba, salvaguardando así la movilidad de las piernas de Dalu.

Posterior a la intervención, fue trasladada en una unidad móvil al hospital ABC de Observatorio, en la Ciudad de México. “El viaje fue penoso, la ambulancia era una unidad tipo combi que se sacudía con cada irregularidad del camino, además de que nos acompañaba una música de cumbia muy desagradable”.

Tras seis horas de trayecto, arribó al hospital donde su tío la esperaba. Un equipo de especialistas llevó a cabo una intervención quirúrgica de gran envergadura. Para reconstruir su cadera, se le implantaron tres placas y treinta y seis tornillos. Existía la posibilidad de que no volviera a caminar, aunque esta información no le fue comunicada. Durante su estancia, familiares y amigos la visitaron, haciendo su recuperación más llevadera.

“Lo que sí me molestaba era cuando decían que lo bueno era que no había pasado nada. ¡¿Cómo no había pasado nada si estaba yo en aquella situación, sufriendo y con mucho dolor?!”

Una vez dada de alta, la etapa más desafiante fue la rehabilitación. Se requirió un reposo en cama superior a 30 semanas, obligándola a adaptarse a la dependencia para actividades básicas. La mayor dificultad fue la imposibilidad de utilizar el baño de forma autónoma.

“De verdad que cuando me recuperé y pude hacerlo por mí cuenta, sentí delicioso. A la fecha lo sigo disfrutando”.

Su prolongada inmovilidad le brindó una nueva perspectiva sobre su entorno. “En mi cama noté que cuando llovía por las noches, a la mañana siguiente los pajaritos tomaban agua de las gotas que caían de las hojas. Cosas que odiaba, cómo ayudar a mis hijos con su tarea, ahora me parecían detalles que no podía dejar pasar desapercibidos”.

Tras el periodo de inactividad, comenzaron las sesiones de terapia física. El objetivo era reaprender a caminar. A pesar de la molestia en sus extremidades inferiores, acudió puntualmente a cada cita. Al cabo de un año, recuperó su movilidad. Inicialmente, utilizó un andador, luego un bastón y, finalmente, pudo caminar por sí misma.

“Todavía hoy tengo mis tropiezos. De repente voy caminando y se me va chueco el pie. Todos los días sigo aprendiendo a caminar”.


 

OdL

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